Este verano viajé, una vez
más a la ciudad de Londres. En las dos semanas que pasé allí, no dejé de
cruzarme ni un solo día con un elevado número de mujeres sombra. En diferentes
barrios, solas, cuidando de sus hijos e hijas, acompañadas por otras mujeres, y,
en muchas ocasiones, por sus amables, cariñosos, sonrientes, esposos.
La delgadez de su sombra, o el
rostro su esposo, evidenciaba en muchos casos la extrema juventud de muchas de
ellas. Algunas, muchas, pensé, serían
probablemente las hijas de otras mujeres sombra que vi años atrás. Generaciones
de mujeres sombra. Mujeres sombra que crecieron con una madre sombra y se
supieron destinadas a ser mujer sombra, tan pronto como perteneciesen a un
esposo.
Mujeres sombra, con gafas,
teléfonos de última generación, bolsas de grandes almacenes, eligiendo
productos de belleza en los puestos de Petticoat Lane, o saliendo de lujosas
tiendas de Bond o Sloane Street. Porque hay mujeres sombra jóvenes y viejas,
gordas y delgadas, ricas y pobres. Pero todas ellas caminan por las calles
ocultas tras la sombra, por el hecho de ser mujeres.
No he visto mujeres sombra
en ningún puesto de trabajo. ¿Las mujeres sombra no trabajan? ¿Las mujeres
sombra retiran el pequeño velo que oculta su rostro durante las horas de
trabajo? ¿Sería una ofensa imperdonable que una mujer sombra tuviese un empleo,
cuando precisamente el ser sombra implica la pertenencia total a un hombre, y
es la expresión de desempeñar en exclusiva la rigurosa, exigente, profesión de
esposa y madre?
¿Qué estrategias emplean las
mujeres sombra para sobrevivir, para transgredir desde la sombra, para
empoderarse desde la sombra?
Qué cariñosos, amables,
serviciales, parecen ser sus encantadores esposos. Se muestran como padres
amorosos, cuidando de sus hijos e hijas en público, sonriendo… y si ya no
creyéramos en cuentos de hadas, pensaríamos que ambos, la mujer sombra y el
hombre amoroso, se aman, son felices y han elegido libremente sus papeles.
Exactamente igual que las parejas felices de las películas estadounidenses de
los años cincuenta o las españolas de la misma época.
¿Cuántas preguntas se
plantean? ¿Cuántas cuestiones surgen
ante las mujeres sombra y sus jóvenes maridos amorosos? ¿Quizás son amorosos porque ellas, habiendo
aceptado el ser mujeres sombra, son ya la imagen misma de la sumisión? ¿Hasta
dónde tiene que llegar la sumisión, la entrega, la aceptación de la norma
patriarcal, para que una mujer merezca ser considerada, cuidada, y amada
afectuosamente por su esposo? ¿Qué se
nos ha exigido y se nos exige a las mujeres descubiertas? ¿Estamos tan lejos de
las mujeres sombra?
Me gustaría hablar con
alguna de esas mujeres sombra. ¿Cómo se sienten? ¿Cuáles son sus deseos, sus
miedos, sus esperanzas? ¿Cómo es su vida de pareja, de familia? ¿Cuáles sus
estrategias de transgresión? Porque estoy segura de que las tienen, aunque sean
invisibles como sus rostros.
Probablemente, para algunas,
(las muy jóvenes, las que pasean junto a esos hombres jóvenes, padres cariñosos
y preocupados, risueños, que parecen satisfechos de mostrarse con ellas en
público), ser invisibles lleve unido el orgullo de decir al mundo que un hombre
las ama, que le pertenecen, que son ya mujeres deseables, tan deseables, que su
esposo no puede permitir que ningún otro hombre vea su rostro en el ámbito
público. Quizás se sientan especiales, únicas, muy por encima de esas mujeres
de otras etnias y otras culturas, que muestran su rostro sin tener un hombre
que realmente les imponga su marca de pertenencia.
Sé que tenemos mucho en
común con esas mujeres sombra. Que tras el velo, se encontrarían muchas
vivencias, emociones, sentimientos, afectos, incluso detalles de la vida
cotidiana en que podríamos encontrarnos…
Hace años me producía rabia,
pena… el ver a las mujeres sombra, vivo ejemplo de la dominación patriarcal, la
suya y la nuestra. Ahora, me interrogan, me interrogan profundamente, se
convierten cuando las cruzo por la calle en signos de interrogación sobre este
mundo tan complejo, sobre toda la carga de fanatismo calculadamente manipulada
por los grandes poderes, cuyos rostros también procuran ser invisibles. Me
interrogan sobre ellas, sobre sus sentimientos, la humillación profunda que
supone tener que ocultar el rostro, aunque se acepte en nombre de la religión,
la familia, la cultura… pero me interrogan también sobre mi misma, sobre
nosotras, sobre los otros velos invisibles, que una y otra vez tratan de
atraparnos cual telas de araña.
La simplicidad de sus
amantes esposos, de esos jóvenes padres a quien no se les ocurre avergonzarse
de exigir a sus esposas llevar el rostro cubierto (sin su exigencia, o al menos
“beneplácito”, no lo llevarían); esa simplicidad me recuerda también
enormemente a “nuestros” hombres siempre inocentes de sus micromachismos, aún
cuando dejan de serlo y se convierten en brutales actos de violencia.
Y caminan por las calles, como
si no se enterasen, como si no supiesen…, ellas que son prisioneras, ellos que
arrastran a una esclava. Igual que aquí, igual que aquí, aunque nos vistamos de
colores y enseñemos el rostro, eso sí, a veces suficientemente maquillado para
disimular las huellas de los golpes.
Pilar Iglesias Aparicio
1 comentarios:
Esto es muy interesante y yo tambien he reflexionado sobre eso : Sus amorosos maridos, los que son padres de sus hijos, nunca se han preguntado, reflexionado, alzado la ceja o la voz, sobre que siente su mujer tapada o, sobre lo que siente el mismo al tener una mujer tapada? No desearian una mujer libre? Una mujer sin miedo que quisiera dejar que el viento le despeinara los cabellos?
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