Ni
la edad, ni la formación académica, ni la nacionalidad, ni la profesión, ni la
ideología política, ni la clase social… sirven como señas de identidad que
permitan “clasificar” a las mujeres que son asesinadas por sus parejas o ex
parejas. No son “las otras” las que
mueren, somos “nosotras”, somos todas, las potenciales víctimas de la violencia
de género. No podemos escudarnos en un ningún tipo de espejismo. La brutal
realidad nos recuerda, tristemente con la pérdida de la vida de una mujer más,
que nuestra amiga, nuestra vecina, nuestra profesora, nuestra madre, nuestra
compañera de trabajo, sindicato o partido, o nosotras mismas, somos víctimas
potenciales de violencia de género, por el solo hecho de ser mujeres.
Basta
mirar, por si nos queda alguna duda, o intentábamos que aún nos sirviese el
autoengaño, a los datos de las mujeres asesinadas en Andalucía durante los
últimos meses:
Una sindicalista curtida en la defensa de los derechos, una joven
profesora entusiasta y amante de su profesión, una arqueóloga recientemente
nombrada directora de museo, una mujer muy joven que se creía a salvo por haber
vuelto a la casa familiar… Cualquiera de ellas podría ser una de nosotras.
Cualquiera de nosotras que hoy nos manifestamos, nos indignamos, o escribimos o
leemos estas letras, podríamos ser ellas.
Ninguna
víctima de violencia de género es un caso aislado. No son muertes accidentales,
ni las mujeres asesinadas responden a un patrón determinado. La violencia de
género sigue estando presente en nuestra sociedad, con formas más sutiles,
disimulada en ocasiones bajo micromachismos de nuevo cuño, permitida en páginas
de Internet que divulgan conceptos ponzoñosos contra las mujeres que reclamamos
el derecho inviolable a la libertad y la dignidad como personas. Pero sigue
presente, como una lluvia fina que cala hondo y moldea creencias y
comportamientos. Tampoco los asesinos de las mujeres son casos aislados,
extraños, enfermos, sino hombres producto de un sistema patriarcal que pone las
bases para que crezcan con las creencias y las actitudes que les llevan a
creerse con derecho a ser dueños de la vida de las mujeres.
Por
todo ello, es imprescindible aplicar de verdad la Ley de Medidas de Protección
Integral contra la Violencia de Género, no sólo en todo lo que significa
protección real de las mujeres ante la más mínima señal de violencia, sino
también en lo relativo a sensibilización de toda la sociedad, formación de
profesionales y prevención en el campo de la educación.
En
cada mujer humillada, discriminada, violada, insultada, asesinada, todas somos
agredidas. Pero también cada mujer que da un paso al frente contribuye a la
libertad de todas las mujeres. Somos la mitad de la humanidad, somos fuertes y
sabias, y necesitamos permanentemente la herramienta política de la sororidad
para derribar estos muros de la vergüenza que aún aprisionan a las mujeres, a
todas nosotras, aquí y ahora.
Pilar Iglesias Aparicio
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