Antes de ayer, 8 de marzo, fue un día histórico, un auténtico hito en la historia del feminismo, que es la historia de la mayor y más pacífica revolución de la humanidad.
En este mundo de actividad y activismo, ocupadas en las una y mil tareas de nuestra vida personal, profesional y de militancia feminista, obligadas a hacer frente a los múltiples ataques del patriarcado neoliberal, no tenemos con frecuencia el tiempo ni el espacio para pararnos a reflexionar, sosegadas, sobre los importantísimos momentos que estamos viviendo estos últimos años.
Por eso hoy, en este “día después” de un 8 de marzo presidido por el Paro Mundial de Mujeres, es conveniente detenernos unos instantes y volver la mirada a los hechos históricos que estamos protagonizando.
No me iré muy lejos. Comencemos por ese 1 de febrero de 2014, en que Madrid se llenó de mujeres y hombres, de todas las edades, en un grito unánime por la libertad, por la defensa de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, amenazados por la voluntad de un ministro y un gobierno derechista a quienes parecía molestar especialmente nuestro derecho a decidir sobre la interrupción voluntaria del embarazo. Atocha, el Paseo del Padre, la Plaza de Neptuno, llenos de miles de personas, que acompañaban y arropaban, a un pequeño grupo de mujeres portadoras de un escrito dirigdo al Congreso de los Diputados y Diputadas, con la exigencia pacífica del cumplimiento de la Ley de Salud Sexual y Reproductiva. Y después una asamblea también histórica, en la que estuvieron presentes las voces de muchos colectivos feministas de todo el país, respaldados también por las voces de otras mujeres que se habían alzado en otros países en apoyo de los derechos sexuales de las mujeres españolas, porque, una vez más, “si nos tocan a una, nos tocan a todas”. Aquel día, hicimos historia del feminismo, y logramos parar la derogación de la Ley de Salud Sexual y Reproductiva, que pretendía Ruiz Gallardón, y, probablemente, lograr una de las casi nulas dimisiones que se producen en España, tras un sonado fracaso político.
Nos trasladamos ahora al 8 de julio de 2015. En la ciudad de Ginebra, el gobierno español defiende ante el comité Cedaw de Naciones Unidas, su informe sobre los derechos humanos de las mujeres en España. Las preguntas del Comité están basadas sobre el Informe Sombra elaborado por 50 organizaciones feministas y defensoras de derechos humanos a lo largo de más de un año, que contaba además con la adhesión de otras 270 organizaciones. Una auténtica labor de articulación feminista que tuvo como resultado una auténtica incidencia política al más alto nivel. Este próximo verano, el gobierno español tendrá que responder nuevamente sobre el cumplimiento de las observaciones que el Comité formuló en julio de 2015, basadas en las denuncias del Informe Sombra. Y ahí seguimos, esa articulación feminista, trabajando ahora en la preparación del informe sombra intermedio que estará listo para hacer oír de nuevo nuestras denuncias y reivindicaciones. De nuevo, haciendo historia, sin tener siquiera tiempo para ser conscientes de ello.
En ese mismo año de 2015, volvemos a llenar las calles de Madrid un sábado 7 de noviembre, con un grito unánime contra todas las violencias machistas, como “la más grave violación de los derechos humanos de las mujeres que padece nuestra sociedad”, y exigiendo el cumplimiento del Convenio de Estambul, ratificado por el estado español y en vigor desde agosto de 2014, y las observaciones del Comité Cedaw. De nuevo, hacemos historia. Acabar con la violencia contra las mujeres por ser mujeres es la mayor revolución posible, imprescindible para cualquier otra transformación social.
Han pasado dos años. No se han callado las voces contra la violencia y la opresión patriarcal. Al contrario, se han hecho más ricas, más fuertes, más potentes, incorporando, indignadas, dolidas, pero empoderadas, las voces silenciadas de las mujeres tratadas, oprimidas, excluidas, asesinadas.
Resonando todavía las voces de las mujeres estadounidenses contra el burdo machismo de Donald Trump, hemos vuelto a hacer historia ayer mismo, en este 8 de marzo de 2017, día del Paro Mundial de Mujeres. Y hemos demostrado que la revolución feminista no es cosa del pasado, que hemos caminado juntas mujeres de diferentes culturas, edades, partidos, etnias, profesiones… Que las voces cargadas de experiencia se han unido a las frescas y potentes de mujeres muy jóvenes. Que todos los símbolos han sido bienvenidos para gritar contra el miedo que intenta imponernos el patriarcado y por la justicia y la libertad que nos merecemos.
Sabemos que tenemos que seguir construyendo pensamiento feminista, promoviendo la coeducación, fomentando la formación feminista en todo tipo de profesionales, empoderándonos como mujeres, trabajando por la construcción de otro modelo de masculinidad, manteniendo vivo el activismo, pero hoy, en este 9 de marzo de 2017, nos damos un momento para cargarnos de la energía poderosa de las mujeres, y de los hombres que quieren sacudirse la pesada carga de la masculinidad patriarcal, que ayer invadió el mundo; nos damos un momento para contemplar nuestra obra, para celebrar que estamos haciendo historia y abriendo caminos de futuro, como lo hicieron las que nos precedieron. Saboreamos nuestra victoria pacífica y transformadora y nos comprometemos a mantener y aumentar esta maravillosa articulación feminista a nivel mundial que ayer cubrió el mundo de violeta.
Por Pilar Iglesias Aparicio
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