domingo, 28 de mayo de 2017

28 DE MAYO. DÍA INTERNACIONAL DE ACCIÓN POR LA SALUD DE LAS MUJERES


En primer lugar, queremos recordar hoy cómo recoge la CEDAW, en su artículo 12 y, mucho más extensamente, en su Recomendación General nº. 24, de 1999, las obligaciones de los estados para velar por los derechos a la salud de las mujeres. (http://www.un.org/womenwatch/daw/cedaw/recommendations/recomm-sp.htm)
Pero creemos que es preciso denunciar las violaciones de que estos derechos siguen siendo objeto. Y en esta ocasión, queremos centrarnos en lo que consideramos es una forma “moderna” de violencia sexual, de agresión a la salud y los derechos de las mujeres. Nos estamos refiriendo a la llamada “maternidad o gestación subrogada”, que podríamos denominar de manera menos eufemística: “contratación o alquiler de una mujer para gestar y parir una criatura que será entregada a su nacimiento a otras personas”.
Nada nuevo en el fondo, aunque ahora la biotecnología permita hacerlo de manera más sofisticada. Desde el punto de vista biológico, es evidente que sólo las mujeres, las humanas, podemos llevar a cabo en nuestro cuerpo (implicando todo nuestro ser, evidentemente) el proceso de gestación y parto. Sin embargo, a lo largo de la historia patriarcal, se nos roba la maternidad a las mujeres de diferentes formas.
Veamos algunas que están en la génesis de la cultura en que aún vivimos: las religiones del padre, borran el rostro femenino de la divinidad presente anteriormente durante siglos, siendo una expresión bastante clara, por ejemplo, el nacimiento de Atenas de la cabeza de Zeus, que roba a su esposa la diosa Hera el derecho a ser la madre de su hija. Si continuamos en Grecia, el famoso filósofo, considerado padre del pensamiento científico, Aristóteles, en contra de las teorías hipocráticas anteriores, dejará muy claro que las mujeres no aportan “semilla” en la concepción: los hijos lo son de los padres, quienes les confieren la forma (la esencia humana) mientras las mujeres somos únicamente los úteros donde la criatura crece, eso sí aprovechando la materia aportada por la madre, de un valor muy inferior. Así lo recoge la mitología y la literatura: Orestes será juzgado inocente del asesinato de su madre. No habrá violado el deber de la piedad familiar, porque las mujeres no somos realmente madres de nuestros hijos, sino meras “vasijas portadoras durante el embarazo”. Dicho en lenguaje moderno, la madre “no había contribuido carga genética a la criatura”.  Más tarde, la religión cristiana ensalzará la figura de la madre sufriente y sacrificada, a costa, eso sí de ser una madre-virgen, es decir una mujer sin derecho al disfrute de su sexualidad. La Biblia presenta asimismo los relatos de las mujeres esclavas que serán las elegidas para gestar y parir a los hijos del patriarca (la continuidad del linaje está por encima de cualquier bienestar de la mujer) si no puede engendrarlos la esposa legítima.
Más adelante en la historia, conocemos las repetidas violaciones de las esclavas africanas por parte de los dueños de las plantaciones que aseguran así, la satisfacción de su sexualidad (mediante actos de total dominación, ¿a qué nos suena?) y la producción de mano de obra mestiza. Seguimos deambulando por la historia y muy cerca están los robos de hijos e hijas de mujeres víctimas de las dictaduras latinoamericanas en las años sesenta y setenta del siglo XX, o el de los hijos e hijas de mujeres víctimas del franquismo en la posguerra, y aún más recientemente, los robos de criaturas en hospitales españoles. Siempre, eso sí, para retirar esas criaturas, a sus madres, mujeres que no cumplían las normas establecidas por ser “rojas”, “rebeldes”, “comunistas”, o simplemente insumisas madres solteras, y entregarlas a familias adictas al régimen de turno, condenadas a no poder cumplir su gran deseo de procrear por una indeseada infertilidad.
Eso sí, ahora puede pretenderse una forma mucho más aséptica, “humanizada”, moderna, “progresista” y, evidentemente, del gusto neoliberal, a la que además se añadirán unas gotas de los argumentos que tanto hemos defendido: la “libertad de las mujeres para decidir sobre su propio cuerpo”. Y así, la pareja o persona que desea ejercer la crianza no necesita hacerlo convirtiéndose en padre o madre de adopción (¡qué lata, esperar tanto y que a lo mejor te toque una criatura crecida y cargada de problemas, como si las hijas e hijos biológicos y genéticos no los pudieran tener!). No, puede encargar su criatura, con los propios genes del padre (si lo hay), que así se continúa el linaje; los óvulos fresquitos de una donante (con compensación económica) sana, joven, mona, de la etnia y características más adecuadas; y contratar los servicios de una mujer que, eso sí, muy libremente, prestará toda su persona para gestar y parir a esa criatura, previo pago de una compensación económica muy por debajo de la cantidad real abonada por la persona o pareja “deseante”, porque las agencias intermediarias se llevarán una buena parte.
Eso se viene haciendo unas cuantas décadas, fuera de España porque la legislación española lo prohíbe claramente, no lo considera una técnica de reproducción y la Ley 14/2006 de 26 de mayo, sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida, en su artículo 10, especifica claramente que “Será nulo de pleno derecho el contrato por el que se convenga la gestación, con o sin precio, a cargo de una mujer que renuncia a la filiación materna a favor del contratante o de un tercero.”, aunque se ha creado una contradicción legal al permitirse el registro de criaturas nacidas en el extranjero por esta práctica.
El tema se está colocando ante la opinión pública desde los relatos bastante edulcorados de la felicidad obtenida por algún que otro famoso, amén por supuesto de parejas anónimas al haber obtenido sus criaturas de encargo por esta práctica; a ello se añade una repetida apelación al deseo a ser padre o madre, dejando bastante de lado, que un deseo nunca puede ejercerse violando, sometiendo, dañando, en forma alguna, el derecho de una tercera persona. Y por supuesto, apelando a la “libertad” de las mujeres para ser gestantes… libertad bastante limitada cuando probablemente la precariedad laboral, y la persistente discriminación que nos coloca a las mujeres en situaciones desfavorables, influyan bastante para elegir ser la portadora anónima de un ser humano, viviendo los dos procesos biológicos de mayor intensidad y que más transforman e implican la salud, el cuerpo, la mente, la sexualidad, la vida de un ser humano: el embarazo y el parto.

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